Ventana desordenada

Ya no recuerdo si el vidrio se hace con arena, con sal, con azúcar, si sale de algún derivado del petróleo o si se extrae de algún arrecife polinesio.

No recuerdo eso, y no recuerdo casi nada.

Mi psiquiatra dice que mi neurólogo está más loco que yo y que no quiere volver a verme, porque mi pérdida de memoria es un problema causado por el estrés y la falta de ejercicio mental. Me recomienda que resuelva cálculos algebraicos y realice crucigramas para darle un poco más de agilidad a mi cerebro y mi memoria no se deteriore más. Llego a casa y le pido a mi sobrino su Baldor. Mi sobrino juega Resident Evil y le importa un pito que me lleve el Baldor sin haber esperado su respuesta.

En el cuarto tengo un momento regresivo. Me siento ante el escritorio, frente a una ventana que me recuerda mucho a la ventana frente a la cual también me sentaba en el colegio. En ese entonces las matemáticas eran ridículamente fáciles, no me tardaba casi nada en escribir los números y ponerlos en respuesta a tal o cual problema. En clase, el profesor se admiraba y me miraba con simpatía al tiempo que mis compañeros se asqueaban y me dibujaban con una enorme cabeza y cuerpo de perrito.

Pero algo hizo que me olvidara de las ecuaciones y las funciones. Terminé haciendo videos y cortándolos para hacerlos durar un tiempo determinado. Lo más cercano al cálculo era sumar los bloques del programa para anotar en el cassette el tiempo total que tendría el show, incluyendo la franja de comerciales. Luego comenzaron a pedirme más que unos recortes de video, querían que les diera un producto audiovisual más complejo, como un plato a la carta. Me dieron mucho dinero y yo tenía que conseguir gente que trabaje para hacer lo que los clientes pidieran. Mis cálculos se fueron a los presupuestos y las liquidaciones de compra. Luego me empezó a dar mucho sueño. Luego me hartaron los luegos.

Lo que más me gustaba del Baldor eran las ilustraciones de los matemáticos. Recuerdo con tristeza la muerte de Hipatia y de Galois, la carita de marica de Abel, el parecido de Jacobi con el papá de Mariel. Recuerdo a Mariel y sus problemas de anorexia. Ella no comía nada más que galletas y agua. Se sentaba en un rincón de la cancha de básquet a escuchar música y comer sus galletas sin hablar con nadie hasta que llegara alguna amiga y la sacara de su trance. Entonces se levantaba, se acomodaba la falda a cuadritos y se fabricaba una sonrisa agradable para que nadie imaginara que está muriendo. Su papá, el que se parecía a Jacobi, era un ingeniero petrolero medio extraño. Tenía dos mujeres más aparte de la mamá de Mariel y ambas eran prostitutas, una era blanca, manaba de ojos verdes y la otra era una negra enorme, con grandes trenzas africanas y un trasero que bien podría usarse en demoliciones.

Mariel era chiquita y flaquita.

No, Mariel era gordita y tocaba la guitarra.

Comienza a irse el efecto del Baldor.

Prefiero levantarme del escritorio y salir al patio. La ventana parece más pequeña al verse desde afuera. Una estructura aburrida de vidrio con un marco metálico negro y una calcomanía de Hulk en una esquina del vidrio. A mí me gustan esas ventanas medio antiguas de madera que no requieren de aluminio y vidrio. Sin embargo, me gusta el vidrio cuando recrea formas extravagantes, como en las iglesias y las composiciones neoplasticistas.

Yo sabía más sobre el vidrio, pero no recuerdo mucho.

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